sábado, 18 de julio de 2009

De los Libros y la Lectura


 

 

De los Libros                                                           

 

Un buen libro es un regalo precioso que hace el autor a la humanidad.
Joseph Addison.

 

Un buen libro es aquel que cuando terminas de leerlo te entran ganas de pagarle una copa a su autor.
Martín Amis.

 

De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro, todas las demás son extensiones de su cuerpo... Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria.
Jorge Luis Borges.

 

Creo que no leer es peor que quemarlos
Joseph Brodsky

 

El libro, objeto frágil y poderoso, nos permite compartir la imaginación del mundo.
Carlos Fuentes.

 

Un libro, como un viaje, comienza con una inquietud y se termina con melancolía.
José Vasconcelos

 

 

De la lectura                                                    

 

Sólo se puede leer por placer.
Jorge Luis Borges

 

El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.
Miguel de Cervantes

 

La lectura es una necesidad biológica de la especie. Ninguna pantalla y ninguna tecnología logran suprimir la necesidad de lectura tradicional.
Umberto Eco
 

 

 

 

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martes, 7 de julio de 2009

Adriana Yáñez: entre la filosofía y la poesía


Luis Tamayo, La Jornada Semanal

El 21 de abril falleció Adriana Yáñez Vilalta, doctora en Filosofía, poeta, catedrática de la UNAM, del cidhem e investigadora del CRIM/UNAM. Deceso ocurrido apenas dos años después de quién fuese su marido, el también valioso filósofo, el doctor Ricardo Guerra. La muerte de Adriana Yáñez presenta, para la intelligentsia de México, un cariz muy peculiar, pues el cáncer nos arrebató a una intelectual de una formación excepcional y, sobre todo, en la cúspide de su carrera. La rigurosidad de su pensamiento derivaba de su gran inteligencia. Era capaz de leer en el original no sólo a Hegel, Heidegger y Hölderlin, sino a Nerval, y Eliot, por nombrar sólo a algunos de sus autores preferidos. Fue miembro de la Heidegger Gesellschaft, de la Sociedad Internacional Hegel y de la Asociación Filosófica Mexicana. Desde su infancia, Adriana frecuentó a los mejores exponentes de la cultura universal, pues sus padres, el licenciado Gonzalo Yáñez y la escritora Maruxa Vilalta, simplemente habitaban en ella. Estudió Filosofía en la UNAM, en la Universidad de París y en la Humboldt de Berlín. Obtuvo su doctorado en 1995, bajo la dirección de Ramón Xirau.
El Diccionario de escritores mexicanos (2007) nos informa que fue autora de El movimiento surrealista (1979), Actualidad del movimiento romántico (1991), Los románticos, nuestros contemporáneos (1993), Diálogos sobre ontología y estética (1995), El nihilismo y la muerte de Dios (1996) y Nerval y el romanticismo (1998). Recientemente publicó (en colaboración con Ricardo Guerra): Martin Heidegger. Caminos (FFyL, UNAM, 2009). Como puede apreciarse, Adriana Yáñez no sólo fue una lectora asidua de la filosofía, sino una estudiosa del movimiento romántico:
La poesía de los románticos se niega a los preámbulos, a los principios, a los métodos y a las pruebas. Se niega a la duda. Necesita, cuando mucho, un preludio de silencio. Se mueve en un tiempo detenido: un tiempo vertical. No sigue el compás de las horas. Es un tiempo diferente al tiempo común, que corre horizontalmente como el agua del río o el viento que pasa. El tiempo del romanticismo no corre: brota. Más adelante, sostiene sobre Nerval:
Habrá que esperar la poesía de nuestra época para volver a encontrar ese tono reservado y discreto, ese dolor callado, esa profunda y suave melancolía mediante la cual se expresa, en pleno romanticismo, Gérard de Nerval. No hay sonidos discordantes ni gritos agudos. No hay brusquedad ni lastimosas quejas. Nada viene a distraer el silencioso compás, la melodía nocturna de este extraordinario poema de soledad [se refiere a Les chimères], uno de los más extraños y bellos sonetos escritos en lengua francesa.
Miembro del prestigiado Pen Club, la poesía de Adriana Yáñez era excepcional, y fue reconocida por Gabriel Zaid en su Antología de poetas jóvenes mexicanos (1980). Pero su habilidad ensayística no se quedaba atrás. Revisemos un fragmento del estudio “Recuerdo, tiempo y nostalgia”, escrito en homenaje a Ricardo Guerra:
¿Qué entendemos por nostalgia? En griego, nostos significa “regreso”. Algos se refiere al “sufrimiento”. La nostalgia es el sufrimiento causado por un hecho concreto: el no poder regresar. En portugués, Fernando Pessoa nos habla de saudade. En inglés decimos, homesickness. En alemán, Heimweh. En español, además de la palabra de origen griego “nostalgia” empleamos también la palabra “añoranza”, que proviene del verbo “añorar” y que a su vez tiene su raíz en el verbo catalán enyorar, derivado del latín ignorare (que significa “ignorar”, no saber algo). Siguiendo esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estoy solo. Estoy lejos. Siento dolor. No sé lo que sucede en mi país, con la persona amada, con el pasado que he dejado atrás. Soy un aventurero o un exiliado. Un soñador en busca de la Edad de Oro o un ángel condenado que recuerda el paraíso perdido. En francés también se emplea la palabra nostalgie, pero no hay verbo. No hay manera de decir “te añoro”, “te extraño”. Hay que recurrir a formulas más frías como je m' ennuie de toi (te echo de menos) o tu me manques (me haces falta). Lo interesante aquí es la palabra ennui (aburrimiento), tan popular a partir de Baudelaire, quién a su vez tuvo que recurrir a la palabra inglesa spleen, para tratar de definir ese malestar, esa sensación de carencia y de vacío. En Alemania se emplea muy pocas veces la palabra “nostalgia” en su forma griega y lo más frecuente es decir: Sehnsucht: búsqueda o deseo de lo que está ausente. Debemos subrayar que la Sehnsucht puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido, es decir, tanto al pasado como a aquello que todavía no conocemos. Para incluir la idea de nostos o de “regreso” hay que añadir algo: Sehnsucht nach der Vergangenheit (nostalgia del pasado), nacht der verlorenen Kindheit (nostalgia de la infancia perdida) o nacht der ersten Liebe (nostalgia del primer amor).
Pero su reflexión no se limitaba al conocimiento de etimologías y lenguas modernas, ello era preámbulo de un filosofar profundo:
La nostalgia es recuerdo, imaginación y creación. El recorrido es por dentro. Es el viaje alrededor de la alcoba; el viaje erótico, pero también el camino del arte y de la memoria colectiva. La posibilidad del lenguaje se da en la sábana en blanco, como la página en blanco, con el placer y sus silencios, con el dolor y su verdad. Es la interiorización de la experiencia poética. Un viaje que nos acerca a lo más íntimo, a lo más profundo, a lo más originario de nuestro propio ser.
Mucho hemos perdido con la ausencia de Adriana. Solo nos queda esperar que su espíritu perviva, pues “el poeta se mantiene de pie, ante las tormentas de Dios, con la cabeza desnuda, esperando apresar el rayo divino, en la oscuridad de la noche”.
No termino sin antes enviar un abrazo, no sólo a sus padres y a la gran familia Guerra, sino también a su hermano Gonzalo y, last but not least, al hijo que ella no sólo quiso por sobre todas las cosas, sino de quien siempre estuvo profundamente orgullosa, a Adrián.
http://www.jornada.unam.mx/2009/05/31/sem-luis.html

Javier Wimer: el hombre que amaba los libros

Carlos Payán Velver

Se murió Ramón Sijé, con quien tanto quería.

Miguel Hernández

En el Anfiteatro Simón Bolívar de la Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad que fuera para muchos de los que estamos aquí Madre y Maestra, venimos a hablar de Javier Wimer.

Luego de su muerte hemos contando lo que ya sabíamos. Era necesario para que la memoria no lo ocultara en esa sombra que es el olvido.

Yo diría, recordaría, que se escapó del milagro de la vida que tanto disfrutaba, así, tan de repente, que uno se ha quedado con las manos vacías y un hueco en el corazón, pues se ha ido un hombre que había sido siempre un gran amigo, en las buenas y en las malas y que hizo de la amistad, sin quererlo, sin desearlo, porque estaba en su natural, una vocación.

Wimer fue un gran dador de amistad.

Alguna vez, en medio de los tragos, me contó los últimos momentos de la vida de Emilio Uranga que había sido un muy destacado fundador del Grupo Hiperión y que abandonó la filosofía para convertirse en un amanuense de políticos y cómo, en su fin final, recuperó su dignidad y prácticamente se había dejado morir de hambre sin pedir ninguna ayuda. Me lo contó con lágrimas en los ojos por la amistad y el afecto que le guardaba.

Wimer amaba su país. Siempre atento al acontecer de la política sabía entender lo que estaba pasando y cómo las nuevas generaciones iban desdeñando a aquellos que se habían formado con un espíritu republicano. Era en cierto sentido uno de los últimos verdaderos republicanos.

Pero yo lo que quería contar de Wimer son otras cosas. Decir, por ejemplo, que tenía una cultura formada en el humanismo y que fue un gran lector, un apasionado de los libros al que le gustaba coleccionar algún tipo de ellos.

Alguna vez me mostró uno recién adquirido, impreso a mediados del siglo XVII, esplendoroso; era un tratado de plantas, con cada dibujo impreso y coloreado a mano.

–¿Y esto? –le dije.

–Por el puro gusto de ver estas maravillas –contestó.

En otra ocasión, se decidió a vender, en una época de vacas flacas, la Suite Vollard de Picasso, una carpeta que contenía 100 grabados del pintor. Llamó entonces a Emilio, mi hijo, pintor y grabador y le mostró la Suite.

–Mírala todo el tiempo que quieras, ya la vendí y mañana va a desaparecer de nuestras vidas este prodigio.

Wimer era un espíritu delicado. Supimos que esa venta le había dolido profundamente.

Su principal actividad de coleccionista la prodigó en la búsqueda del pequeño libro de grabados de Holbein sobre las de Las Danzas de la Muerte, editadas en un pequeño formato de escasos ejemplares. Por aquí, por allá consiguió algunos grabados que habían sido desprendidos de alguno de los libros que los contenían. Luego, en Ámsterdam, en una librería de antiguo, al fin consiguió un libro casi completo.

Al leer uno de los múltiples catálogos de libreros que recibía encontró que en un pueblo de los Alpes suizos vendían un libro completo de Las Danzas de la Muerte. Apuntó en una libreta el nombre del lugar y la dirección del librero. Un par de años después tuvo necesidad de ir a La Haya. Ahí tomó la decisión de ir a buscar el libro. Un sábado, a las nueve de la mañana se subió el tren que lo acercaría a ese lugar al que llegó a eso de las 12 horas. Al entrar a la librería encontró un local de ocho por seis metros atestado de libros, en los anaqueles sobre las mesas que estaban en el centro de la habitación, amontonados en el propio suelo. Un viejo librero que parecía rabino alzó la cabeza tras la montaña de libros que la cubría. Se saludaron y luego de las preguntas del anciano librero: ¿De dónde viene? ¿Qué lo trae por estos lugares? ¿Busca algún libro?, Javier contestó que quería saber si todavía conservaba la edición de Las Danzas de la Muerte de Holbein. El viejo navegó por ese mar de libros, abrió una vitrina con una llave que llevaba en el chaleco y sacó un libro, un poco o un mucho maltratado, le limpió el polvo con una brocha de pintor y le dijo a Wimer que ese polvo lo protegía un poco de la humedad.

Wimer examinó el libro cuidadosamente y luego de unos minutos preguntó por su precio. El viejo apuntó una cantidad que a Wimer le pareció exagerada, sobre todo por el estado en que se encontraba el libro. Lo siento, dijo el viejo que parecía un rabino, ese es el único precio.

Wimer dejó el libro sobre una mesa y comenzó a deambular entre esa arrumbe de libros, al paso que iniciaban una conversación libresca entre ellos: Que si tal Libro de Horas, que la edición príncipe de las Cartas de Relación, que el misal impreso en la imprenta de Juan Pablos y, así, una larga conversa hasta cuando empezó a declinar la tarde y Wimer pidió un taxi que lo llevara a la estación del Tren.

En el momento de despedirse, el viejo librero que parecía rabino puso en las manos de Wimer Las Danzas de la Muerte de Holbein.

–Lo siento –dijo Javier– no puedo comprarlo.

–No –expresó el hombre que parecía rabino–, es suyo, se lo regalo. Un hombre que ama tanto los libros como usted, merece tenerlo en su guarda.

Quiero terminar diciéndoles a ustedes que estas anécdotas contadas sobre Javier Wimer, apenas si traslucen momentos de su personalidad, y " que por el solo hecho de contarlas de alguna manera ya las estamos deformando y tergiversando. Las palabras no pueden reproducir los hechos " o al personaje, y acaso sólo son un apunte, un tenue boceto de lo que quieren expresar. "Nunca pueden reproducir el tiempo pasado –escribe Javier Marías–, o perdido, ni resucitar al muerto que ya pasó y se perdió en ese tiempo.

" Todo lo perdemos porque todo se queda, menos nosotros " , continúa Marías.
Y nosotros, en efecto, nos quedamos en el dolor y la desolación por la pérdida.


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